martes, julio 18, 2006

Mariela

Mariela tenía una extraña forma de escucharme. Me miraba con los ojos muy abiertos y una expresión relajada. Cuando me callaba, el silencio entre ambos se prolongaba lo suficiente como para imaginarla pensando con un sonido mecánico, igual que las computadoras que han recibido muchas órdenes juntas y ronronean mientras se organizan. Pero cuando surgía la respuesta era siempre un sobresalto. Porque Mariela no respetaba el tono del diálogo. Hablaba fuerte y rápido, con un registro chillón cargado de acento campero. Empezaba alto y sin anunciarse, como un corredor que en el disparo de largada se lanza de la inmovilidad absoluta a la vorágine de la carrera. Yo la miraba romper la burbuja del clima que se había ido construyendo entre nosotros con su sonrisa de coneja y siempre, durante un segundo, me parecía que habíamos empezado una conversación nueva.

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