martes, julio 18, 2006

Florencia

Cuando la vi, Florencia vagaba sola entre la gente y fumaba sin ganas. Tenía la misma belleza gastada que ya había visto años atrás en la intimidad y que me había hecho huir de ella después de la primera noche de sexo. Había sido ella misma la que me había llevado por primera vez a ese lugar, cinco años antes; e igual que aquella vez, esta noche también tenía una disimulada ansiedad por bailar tango. Entonces yo no sabia bailar y hoy estaba acompañado. Sé que después de observarla fumar, pensé que sabia esperar sin mostrar sus anhelos. Cuando alguno finalmente la sacaba, yo podía ver como se deslizaba con gracia por la pista, entregada en los brazos de ese hombre que la guiaba sin dificultad porque era lo que habia estado esperando en silencio. Y de vez en cuando, durante el baile, en un paso intrascendente pero lleno de encanto, podía ver que su rostro escondido tras la oreja del partenaire se iluminaba brevemente en una sonrisa tierna, como si de repente un recuerdo emocionante se le hubiese aparecido. ¡Qué dulzura irradiaba en esos instantes! La cabeza delicadamente inclinada sobre el hombro de su compañero, la mano apoyada como una paloma sobre el bícep, los ojos cerrados como si soñara. En esos momentos velados para el hombre que la tenía entre sus brazos y que sólo yo podía ver desde mi silla, Florencia evocaba lo que era ser feliz. Llevada por la música y por el placer de sentir las manos de un hombre señalándole el camino, afinada en la magia de las piernas entrelazadas con armonía y el corazón palpitante, me sorprendí de descubrir que Florencia volvía a ser una mujer deseable para mi.

2 comentarios:

Charlotte dijo...

el clásico síndrome de los "objetos desadors" tal vez? esto también lo tenemos que discutir.

Bola Ocho dijo...

Todo es discutible, poco es negociable.