lunes, diciembre 22, 2008

Blogers visionarios

Cuando Mauricio Macri se postuló para la Presidencia de Boca en 1995 hasta su padre estuvo en desacuerdo. Los hechos parecían darle la razón. Sus primeros actos en aquel club que era un cabaret fueron estrafalarios y fracasos estrepitosos. Bilardo, Veira, la timba para comprar jugadores, Maradona que lo llamaba "el cartonero". Macri era un personaje desagradable - y no solamente para mi que soy gallina a muerte-. Niño rico, bocón como un hincha cualquiera, de perfil diferente a los dirigentes de fútbol tradicional, se parecía más a Berlusconi que a Antonio Alegre. Julio Grondona lo despreciaba desde el Olimpo de la AFA y creo recordar que lo mandó a aprender de fútbol antes de opinar nuevamente.

Sin embargo al poco tiempo las cosas cambiaron. Llegó Bianchi, se fue Maradona. Boca empezó a ganar títulos locales e internacionales que no ganaba hacia décadas y uno atrás de otro como nunca. Todos tuvieron relaciones tormentosas con Macri pero Boca se transformó en un gran club nuevamente. Bianchi se levantó en una conferencia de prensa escandalosa, Riquelme imitó al Topo Gigio cada vez que pudo. Todas se las comió Macri y Boca siguió creciendo. Su marca, como la del Real Madrid o la del Manchester, era reconocida en el resto del mundo. Se modernizó el estadio, se hicieron contratos con Nike, se abrió un museo, se pacificó la tribuna con los acuerdos con Di Zeo. Hasta los turistas empezaron a ir a ver a Boca porque la seguridad estaba garantizada.

Ahora, cuando miro el estado del fútbol argentino en general y el de River Plate en particular no puedo evitar pensar en la cantidad de huevones como este y este otro que se ríen y se quejan de lo que hizo Macri como dirigente de Boca y de lo que hace ahora como Jefe de Gobierno porteño, con la mirada prejuiciosa de su propio resentimiento. Parece que no aprendieran más que a chicatos como ellos, la Historia les pasa por encima sin que se enteren.

martes, diciembre 16, 2008

Una imagen vale mil palabras


"Che, Román ¡qué cara de orto!"

viernes, diciembre 12, 2008

De Rusia con amor



La visita oficial a Moscú de la Presidenta Cristina fue indudablemente un éxito, incluido el regalo de un gorro de piel de zorro gris que le hizo el Presidente Medveded y a pesar del inexplicable enrriedo en el que se metió al hacerse la graciosa y decir en su discurso "revolución, con perdón de la palabra". Se firmaron innumerables acuerdos comerciales y Cristina recibió trato de honor en el Kremlin. La sintonía con Medvedev fue notoria. ¿Qué tienen en común ella y el Presidente ruso? Para empezar, los dos son Presidentes pero quien manda es otro. Medvedev es el títere de Putin y Cristina es la figura decorativa del gobierno de Néstor. Está bien, dirán algunos, pero la influencia es inevitable: Cristina y Néstor son un matrimonio, duermen todas las noches juntos. ¿Y Putin qué? Con ese nombre seguro que el pobre Medvedev de vez en cuando también se come alguna galletita.

martes, diciembre 09, 2008

La gran estafa


Fui confiado al cine y tuve la primera señal de alarma -por puro prejuicio que ahora llamaré sentido común- cuando mi compañera de salida me pregunta al apagarse la luz si ya sabía que la película que estabamos por empezar a ver - "Vicky Cristina Barcelona", de Woody Allen- le había sido "encargada" por la Generalitat de Catalunya. Ya no había tiempo de hacerse la cabeza pero la encomienda no tardó en hacerse evidente con la aparición de las primeras imágenes y el estilo del relato.

No tengo demasiados escrúpulos en que un extraordinario artista como Woody Allen, que ha hecho decenas de películas interesantes y originales cuando no geniales, haya querido robarle el dinero a los catalanes -cosa harto difícil y prueba cierta de algún talento- haciendo un refinado comercial de turismo de Barcelona y una pésima película al mismo tiempo. Tampoco me sorprende que la película siendo tan mala igual sea un éxito: todos quieren ver aunque sea una vez a Scarlett y Penélope besándose y, como si fuera poco, a Javier Bardem rondándolas por ahí. No hace falta más que cada uno de nosotros en todo el mundo, estúpidos espectadores con la cabeza llena de ratones, paguemos una vez la entrada para comprobar la sorprendente falta de gracia y de sensualidad de dicho beso para que una película como esta se transforme en un éxito rotundo. Sin embargo lo que si me asombra es como a la mayoría de la gente con la que he hablado realmente le gusta la película y como ningún periodista de esos que se dicen "serios" haya denunciado a los gritos la falta de verguenza de Allen para cagarse en su público, tal vez un público fiel como pocos a un director que suele garantizar excelentes diálogos, un planteo inteligente y irreprochables actuaciones. Nada de eso se encuentra en esta oportunidad.

"Vicky Cristina Barcelona" es la peor película de Woody Allen. Parece uno de esos comerciales malos que pasan en los aviones un rato antes de aterrizar en la ciudad de destino, con un locutor que explica las bellezas de la ciudad. No estoy exagerando. Hay varias tomas de la Sagrada Familia, de La Pedrera -desde la calle y en la azotea-, de los principales puntos turísticos del Parc Guell -incluyendo una escena frente al célebre lagarto y otra con vista panorámica de la ciudad-, se menciona unas diez veces el nombre de Gaudí y el estudio de la Identidad Catalana; aparecen las Ramblas y sus animalitos en venta, las calles del Gotic, las putas del Raval, la fachada del Hotel Casa Fuster y hasta hay los corrafoscs tradicionales de las Fiestas de Grácia. Todo mechado con Scarlett y Penélope sacando fotos y bebiendo vino en bares de tapas y restaurantes mil donde Scarlett, feliz, hace mención a lo bueno que en Barcelona se pueda comer "a cualquier hora".

La belleza de las tres estrellas -más Rebecca Hall que también está fuerte- ayuda a fortalecer la sensación de estar viendo una interminable propaganda. Y la voz en off, casi que permanente explicándolo todo, transforma las escenas en viñetas ilustrativas que le ahorran a Allen el trabajo de poner en escena los conflictos de la historia que quería (¿quería? no sé si realmente quería) contar. Las escenas se resuelven y se explican en la voz en off nunca en la acción; los personajes se desdibujan y pierden foco; las actuaciones muestran lo peor de la improvisación sin dirección.

Pero el colmo es las veces que hay que escuchar en la banda sonora la obviedad de "Entre dos aguas" de Paco de Lucía -en serio, no es joda-. Me hizo pensar que si Woody Allen hubiese filmado hoy "Manhattan", en vez de abrir con "Rapshody in Blue" de Gershwin, seguramente lo haría con Frank Sinatra cantando "New York, New York".