domingo, septiembre 17, 2006
La segunda parte de Casablanca.
“Casablanca” es para los hombres una de esas películas onda I Ching que sirven para que se agarre cualquier escena y se la aplique a alguna circunstancia de la propia vida que tenga que ver con la amistad o con el amor. Gracias a esa cualidad mágica que tiene, se han dañado generaciones enteras de hombres románticos desde 1950 hasta nuestros días.
Tal vez por eso nunca se filmó una segunda parte de “Casablanca”. O justamente porque no hubo segunda parte se transformó en una película de toque. No hay como saberlo, igual que con el problema del huevo y la gallina. Lo que importa de cualquier manera es que en este instante me propongo arriesgar una breve síntesis argumental de lo que podría haber sido “Casablanca II", la secuela, sin negar que en ello mucho me influyen las circunstancias de la coyuntura sentimental que atravieso.
Sería más o menos así. Después de vérselas negras con los nazis durante un tiempo, la guerra termina y Rick (Bogart) sigue con su vida y su café en el fin del mundo, ajeno al nuevo orden mundial, como ya era su marca de fábrica. A él nazis o aliados le dan lo mismo, es un lobo solitario y lo único que quiere es que lo dejen en paz con su amargura. Un día recibe una carta de Ilsa Lund (Ingrid Bergman) que le cuenta que las cosas con Víctor Laszlo, su marido, están bien. Él la ha perdonado y de nuevo son felices juntos, pero ella no consigue olvidarse de él. Rick acusa el impacto pero se rehúsa a contestarle. Quema la carta con el mismo fósforo que enciende su último cigarrillo y en una escena memorable, se toma una botella de bourbon en cámara y toca personalmente unos acordes de “As time goes by” pero disonante.
Pasan algunas semanas sin pena ni gloria y una noche, la mismísima Ilsa en persona se presenta en el Rick’s Café. Víctor Laszlo se encuentra de viaje debido a sus nuevas obligaciones con la reconstrucción de la Europa de posguerra y ella ha aprovechado la oportunidad para hacer el decisivo viaje hasta Casablanca. El primer encuentro con Rick se ve amortiguado (una vez más) por un encuentro previo con Sam. Ella ansia verlo pero resuelve esperar a que Sam le avise que está en el hotel. Aún tiene esa irresistible frialdad tierna que sólo Ingrid Bergman (y unas pocas imitadoras desde entonces) han conseguido tener.
Rick va a su encuentro con la decisión tomada de embarcarla en el próximo avión de regreso, pero al verla se desarma. Ella, que había venido a ver que es lo había aún entre ellos, descubre que en las cenizas aún hay llamas. Ninguno consigue evitar que se reavive el amor.
Pero ahora es que empieza la verdadera tragedia de “Casablanca II”. Ilsa no sabe que hacer. No quiere dejar a Víctor ni puede quedarse en Casablanca. Piensa, ¿qué futuro podría tener allí junto a un hombre como él? Rick sabe que el mejor lugar para ella es junto a su marido pero también piensa que para él tal vez sea la última oportunidad de ser feliz. Este signo de debilidad lo incomoda secretamente. No tiene mucho para ofrecer y a la vez lo tiene todo. Calla por no hablar de más y se marcha en medio de la noche, mientras ella duerme. Sorprendentemente, porque Casablanca está en un desierto, en las calles de la ciudad llueve tristemente mientras Rick vaga sin rumbo entre moros y mendigos.
A la mañana siguiente, Ilsa despierta y ve que esta sola en su cama. Busca a Rick que no aparece por ningún lado. Ni Sam ni ni el Capitán Renault saben de su paradero. Llega a la conclusión de que ha renunciado a ella por segunda vez y desilusionada se marcha al aeropuerto. Se seca las lágrimas mientras su avión despega y llega a París justo a tiempo para recibir a Víctor en el aeropuerto con su mejor sonrisa de esposa.
La vida del matrimonio Laszlo parece reanudarse con alegría. Los amigos y las obligaciones cotidianas se ven apenas ensombrecidas por ligeros momentos de distracción de Ilsa, en los que secretamente, su mente vaga lejos. Hasta que un buen día, Ilsa encuentra por azar un pañuelo de Rick en el bolsillo de su maleta. Es un pañuelo con el que él le secó las lágrimas la noche del reencuentro y que ella olvidó devolverle. Ilsa comete el error de olerlo y al hacerlo todos los recuerdos de Rick la atacan como una catarata. No sabe que hacer. Su corazón ha vuelto a jugarle una mala pasada.
Ilsa sale a caminar por las calles sin rumbo y en otra escena memorable, enciende un cigarrillo atrás de otro y bebe en un bar como nunca se había visto a una mujer hacerlo hasta entonces en la historia del cine. Casi de mañana y borracha, intenta regresar a su casa y en el camino se tropieza con un hombre que la toma de los hombros antes de que caiga. Es Rick.
Al principio cree que es su imaginación pero enseguida él la toma entre brazos y la levanta. A ella le parece que es como si bailaran sin que sus pies toquen el piso. Y así, casi desvanecida entre sus brazos, él la lleva hasta el hotel donde se hospedan y la acuesta en su cama. Aquella noche en que Rick la dejó durmiendo sola, se perdió en las calles para pensar y había resuelto hacer de cuenta que nunca la había vuelto a ver. Fue inútil. Después de su partida, fue Rick quien no consiguió olvidarla más y se sintió cada vez peor en su soledad. Durante los breves momentos de su borrachera, Ilsa cree que el mundo es perfecto y que podría quedarse toda la vida junto a Rick. Se aman y se juran eterno amor. Pero más tarde, saciadas las ansiedades y los anhelos, la realidad vuelve a golpearla con fuerza. Rick le cuenta que ha venido tras ella pero que ahora que está allí no se cree capaz de acabar con su matrimonio. Pero que necesitaba “vivir Paris, aunque sólo fuera una vez más. Para estar seguro de que no había sido sólo un sueño.” Rick sabe que si ella elije dar el salto corre el riesgo de vivir con el fantasma de Víctor Laszlo y su amor sincero oscureciendo el resto de sus vida. Y no está dispuesto a cometer ese error.
Acá es donde la película se me vuelve borrosa, como si me hubiese quedado dormido en el cine. A veces me parece que Rick renuncia a ella y se marcha nuevamente, con toda la elegancia y el dolor que la ocasión merece, para perderse a lo lejos en su rincón del Africa. Otras veces me parece que es el propio Víctor Laszlo el que toma cartas en el asunto y renuncia a su mujer al darse cuenta, con profunda tristeza, que vive en la cuerda floja con ella, en un amor que tiene mucho menos de tranquilo de lo que él querría. Pero las más de las veces la veo a la propia Ilsa, sonriente y segura de si misma, subiendo y bajando de los aviones que hacen el puente aéreo París–Casablanca, amiga de pilotos y azafatas que ya hasta la saludan por su nombre.
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2 comentarios:
será por mis propias influencias, pero viendo cómo la describís a Ilsa, y sabiendo ya cómo era el personaje, la última opción me parece que es puro fruto de tu cinicismo.
una mujer como Ilsa no se queda con el pan Y con la torta. una mujer como ella elije.
porque tiene las bolas (aunque imaginarias) tanto para jugarse por el que nunca le va a dar todo lo que ella quiere o por dejarlo a ese atrás y volver al amor calmo pero seguro que le ofrece su esposo.
pero la verdad, qué se yo de estas cosas? todos los dias me sorprendo con algo nuevo...
Mmm... tu argumento no me conviene. Voy a pedir un nuevo tratamiento de guion.
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