miércoles, septiembre 06, 2006

Despedidas

Pequeña,
fuma en dos ceniceros que yo le regalé.
Primero se acabó el cedrón;
Después el chocolate,
amargo.
Media botella de Maker’s Mark.
Se deslumbró con Marisa, con Lila, y hasta con Willy
también.
A todos los habrá escuchado tirada en mi sillón.
Al final descubrió que Leonardo y la Novia no se escaparían de su destino de sangre y eso,
creo,
que la perturbó.

Entonces cortaron el teléfono, las estufas se enfriaron y ella,
enmudeció.

De repente era su ciudad pero el que paseaba solo por sus calles era yo.
La cama es mía pero era la pequeña la que amanecía sola allí.
Y yo creía que no tenía corazón.

No es extraño que me recuerde
cuando ve esos afiches en la calle
de cosas que pueden ser lo que parecen pero también
no.
Yo le aseguré que cuando era en serio era en broma
y que al revés también.
Eso creo que la desorientó.

Hoy el que se iba era yo pero la que hacía sus valijas era ella.
Y le dije lo que decía el poeta:
“Nadie,
ni siquiera la lluvia,
tiene las manos tan pequeñas.”

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