miércoles, septiembre 06, 2006

Harvey

Harvey tiene cincuenta y tres años y en su nariz de hombre duro de película se le notan los antepasados lituanos. Sin embargo él es de Jersey y hace más de una década que maneja autos para otros en las calles de Miami. “Todos los veranos me digo ‘este es el último’ –me cuenta saliendo del aeropuerto empapado del calor pegajoso-. Y todavía sigo aquí”. A Harvey no le parece que la existencia de las mujeres latinas sea una razón menor para que él no pueda irse de este rincón del paraíso. Eso a pesar de que no tenga éxito con ellas. “Creo –me dice- que les gustan sólo los latinos. O los que tienen suficiente dinero y da lo mismo. Antes de llegar aquí yo nunca había visto una mujer latina en mi vida y en mi primer trabajo tuve que ir a buscar a unas colombianas al aeropuerto. Cuando apareció la primera me dije ‘¿qué es esto?’. Pero atrás de ella apareció otra que hizo que la primera se viera como un perro”.
Mientras nos acercamos a la playa, iluminados por la luz afilada de la mañana caribeña, me cuenta que este país ya no es el mismo desde los atentados a las Twin Towers. Unas semanas atrás iba a Atlanta a jugar golf con unos amigos y en el aeropuerto lo trataron como a un terrorista por no tener pasaje de regreso, no llevar valija y no usar tarjeta de crédito.
- ¿Qué va a hacer a Atlanta? –le preguntaron de mala manera.
- Jugar golf.
- ¿Con quién?
- Con un amigo.
- ¿Qué hace su amigo?
- Y tus amigos ¿qué hacen? ¿Por qué carajo me hacen estas preguntas idiotas?
- ¿Por qué no lleva equipaje ni tiene pasaje de regreso? ¿Acaso piensa hacerse explotar con algún avión?
- ¡Dios, no lo puedo creer! No sé cuando voy a volver, por eso todavía no saqué pasaje de regreso. ¿Y desde cuando necesitaría una valija para explotar un avión? ¡Llevaría todos los explosivos escondidos en la pierna del pantalón! Y me evitaría todas estas preguntas idiotas.
Cuando estabamos entrando a South Beach, Harvey me dijo que unas semanas atrás se había enterado de que tenía una hija de veinte años. Había recibido un llamado telefónico de un número de California que no reconocía y la voz de la mujer del otro lado de la línea le dijo:
- Hola. Soy tu hija.
- Debe ser número equivocado, señorita –dijo Harvey.
Pero el número estaba bien. Lo había rastreado por la guía telefónica y después de un par de datos que le dijo, Harvey se dio cuenta de que todo encajaba. Entonces recordó a la madre, con la que no había estado más que un par de noches durante unas vacaciones en Colorado y que hacía dos años estaba inválida por un accidente. “Me hubiera gustado saber que estaba embarazada, que había nacido” –me dijo-. “La hubiera ayudado económicamente”. Ahora ella va a venir a visitarlo y él está nervioso. “Estudia medicina y cuida a su madre. Me mandó fotos. La nariz es la misma” –me dijo con una sonrisa y tocándose la suya-. “Sé que cuando la vea , me voy a poner a llorar como un chico”.

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