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Parece que la gente no es tan tonta como yo (y los Fernández, incluida Kristina) creíamos. Ni que lo que se veía en la tele y en los medios impresos reflejase hasta ayer lo que la opinión pública palpitaba realmente. El regreso de las cacerolas es una señal de salud mental de la sociedad argentina. Y de que no nos gusta que nos hablen como a retardados.
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