sábado, enero 06, 2007

Gusto

Ayer volví a Sao Paulo y hoy, en el ya tradicional almuerzo de sábado, Estevan mirando el menú le preguntó al mozo:
- Decime, ¿estos ravioles provenzales están rellenos de que?
- Tomates secos marinados en aceite de oliva.
- ¿El relleno no tiene ningún queso?
- Nada.
- Entonces voy a comer eso -dice Estevan con una sonrisa y cerrando el menú.
- ¿Tenés alergia al queso o estás aburrido de comer los ravioles rellenos de queso? -le pregunto sin evaluar otras posibilidades, porque no concibo la idea de que alguien se niegue a comer queso por decisión propia. Y recibo la respuesta más temida.
- No me gusta el queso.
Toda la mesa reacciona inmediatamente con gritos de estupor. Pero Estevan, que tiene carácter suficiente como para defender su postura, cierra toda chance de discusión con un discurso de línea dura.
- Odio todo lo que tiene que ver con el queso -arranca-. Odio que se trate de la leche que sale de la teta de la vaca, deliberadamente expuesta a procesos para que desarrolle bacterias, cuaje, y crie hongos y organismos repuganates que le den un olor intenso y putrefacto.
Cuando le traen el plato de ravioles y el mozo le ofrece parmesano rallado, todos nos sonreimos en silencio.

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