jueves, octubre 05, 2006

Abracadabra.

Cuando Bianquita tenía dos años y medio, andaba en pañales de acá para allá con sus rulitos, tan linda ella que yo me desesperaba por darle unos besos y unos mordiscones. Pero bastaba que tratara de alzarla en brazos, para que la pequeña hija de mis amigos empezase a chillar, interrumpiendo todas mis tentativas amorosas.

Un día su hermano Lucio me mostró que Bianca le tenía pánico a una máscara de goma que él guardaba en un cajón con sus juguetes preferidos. Bastaba que Lucio se pusiera esa máscara para que Bianca empalideciera y corriera desesperada a los brazos de sus padres. Obviamente, le prohibieron a Lucio que siguiera aterrorizando a su hermana con esa vil treta. Pero la pequeña, igual que el perrito de Pavlov, ya estaba condicionada. Sólo hacia falta que se le mencionara la máscara para que el recuerdo del terror sentido proyectase una sombra de pavor sobre su rostro.

Yo seguí intentando agarrarla y besarla, y ella siguió resistiéndose. Pero entonces yo decía las palabras mágicas:
- ¿Y dónde está la máscara?
Bianca se paraba en seco. Olvidaba todo lo que estaba haciendo y estiraba los brazos para que yo la levantase.
- Merá mero'ra máscara - susurraba mirando alrededor-.
- No te preocupes que no la vamos a dejar que venga. Ahora, ¿no me darías unos besitos?
Y la chiquita me llenaba de amor.

Moraleja: en materia de mujeres, si encontrás la manera de darles la seguridad que buscan, hasta las más difíciles se rinden sin condiciones.

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