domingo, abril 05, 2009

Alfonsín & Facebook, un sólo corazón.

La muerte de Raúl Alfonsín y la manifestación masiva de la gente para despedirlo no hacen más que recordarme un tiempo remoto de la política y de mi propia vida. Como decía Aristóteles, el último acto de la vida de un hombre puede resignificar todo lo que hasta entonces le hubiese sucedido, aunque en este caso no se trata de una acción de Alfonsín sino de lo que su propia desaparición generó. Y es que la reacción espontánea de la gente hizo olvidar mágicamente los sinsabores del final de la era de Alfonsín y sus actos polémicos. De repente toda la amargura de los desaciertos de las "felices Pascuas", del traslado de la capital a Viedma y de la hiperinflación que me había quedado atragantada durante casi dos décadas se destiló y decantó en el recuerdo de aquella época brillante en la que ganó la primera elección de la nueva democracia. Yo tenía 13 años en Diciembre de 1983 y fui con mi papá hasta el Comité Central de la Unión Cívica Radical desde donde Alfonsín pedía médicos a izquierda y derecha en medio del fervor de los que estabamos allí. No sé cuantos serían radicales. Nosotros no lo eramos pero había una alegría en el aire que yo no podía -por mi edad- identificar de donde venía. Contrastaba con la oscura imagen de las siluetas pintadas en las calles con un nombre y una fecha de desaparición; con la rigidez uniformada de mi primer año de colegio secundario recién terminado, igual que la Dictadura. Esa noche me enamoré de una chica seis años mayor que yo, hija de otros amigos, que nunca más volví a ver. Se vistió con un patalón blanco y una musculosa roja -en homenaje al partido ganador- y yo aún no puedo olvidarme de ese blanco semitransparente caminando en medio de la multitud. Mi mamá desconfiaba de Alfonsín y él fue emblema de las diferencias que tuvimos durante toda mi adolescencia, que aunque fueran por cosas más profundas encontraban su expresión más elemental en la política. Con Alfonsín, llegaron para mi los centros de estudiantes, los escritores perdidos (Rodolfo Walsh, Juan Gelman) y la escritura; las noches de radio (Belgrano con Doria & Caparrós) y acompañando a mi padre a escucharlo a Rodari; la confitería El Reloj, el bar Suárez, los cines de Lavalle; los amigos exiliados de mi padre y sus hijos que volvían trayendo novedades de lejanos horizontes. Hoy me siento desenterrando sabores y colores del pasado, reviviendo intensamente cosas que estaban archivadas en la memoria sin sensaciones vivas, como un mero registro documental que le hubiera pasado a otro. La muerte de Alfonsín está siendo para mi como el mayor Facebook concebible.

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