viernes, agosto 29, 2008

Una película que oí


En 1973 el director Bertrad Blier filmó Les Valseuses (algo así como "Las pelotas" en argot), una de las comedias más audaces y políticamente incorrectas que se hayan hecho jamás. Todavía no había aparecido ni el más radical Almodóvar de los '80, faltaban más de veinte años para que surgiera el cine ácido de Todd Solondtz y la película fue la plataforma de despegue de la carrera de Gerárd Depardieu. El DVD es bastante difícil de conseguir y sólo se encuentra una versión con subtítulos en inglés y una copia pirata con subtítulos en español. Estuvo prohibida en varios países -como Noruega y las dictaduras latinoamericanas-, y allí donde se la exhibió le cortaron más de treinta minutos. La versión original de 150' sólo apareció en 1999, y no pudo lanzarse comercialmente debido a una acción legal que interpuso Depardieu, vaya uno a saber porque. Desde entonces se la considera una película de culto pero yo nunca oí a nadie hablar de ella. En Argentina se pudo ver alguna vez en sala alrededor de 1984 (con el título "Los rompepelotas"), en el marco de una cierta semana retrospectiva de cine francés, en pleno reflorecimiento cultural alfonsinista. Me acuerdo que mi papá vino un día y me contó muy entusiasmado que la había visto. Yo tenía por entonces unos catorce años, ya había decidido que quería ser director de cine y me encantaba que mi padre me contara con pelos y señales, pizza o café con leche de por medio, las películas "prohibidas" que yo todavía no podía ver por mi mismo. En el caso de Les Valseuses, mi papá fue especialmente detallista y las escenas de esa película tan original quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Yo era un adolescente -no recuerdo si era virgen todavía- y el relato de como esos dos vagos amorales se lanzaban a una aventura de todo tipo de sexo, delincuencia, dolor y búsqueda de emociones, sin dudas me impactó en la caldera de hormonas en ebullición que sería en aquel entonces. Menáge a trois con una mujer frígida y con una ex-convicta -la excepcional Jeanne Moreau-; una casi violación de una madre que amamanta a su bebé y de la que Patrick Dewaere termina mamando mientras ella se calienta cada vez más; los intentos de Depardieu para convencer a su amigo que se deje cojer, porque entre amigos vale. Todo fue determinante para que nunca más me olvidara de lo que mi padre me contó.

Aún así no deja de sorprenderme que yo, casi veinticinco años después, pudiera ver la película por primera vez y sintiera que conocía cada escena y lo que venía a continuación como si lo hubiera visto; que las locaciones y los diálogos no me eran extraños, que recordaba la acción y las emociones de la trama como se recuerda en los sueños -sabiendo sin saber exactamente porque se sabe, pero con fluidez y reconociéndolo todo-. Una extraña experiencia esto de "ver" una película que ya había "oído" y que tenía tan fresca en la memoria. Fue como un viaje a lo profundo de la imaginación, una curiosa operación de recuperación de algo que para mí solamente existía en imágenes creadas en mis fantasías, como las que el niño se crea a partir de los cuentos que sus padres le cuentan, pero que sorprendentemente se ajustaban con fidelidad a lo que la película de Bertrand Blier era, confirmando algo imposible de ser confirmado. Era mágico y yo no lo podía creer. Probablemente una de las experiencias cinematográficas más intensas que haya tenido.

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