jueves, diciembre 21, 2006

Arena sin sangre


A Doña Cristina, Ministra de Medio Ambiente del gobierno español, se le ocurrió salir a proponer que al final de las corridas de toros no se mate más al toro, en un afán por cuidar los derechos del animal y porque "está mal visto en la Unión Europea". A la Ministra le cuesta defender la tauromaquia en el Parlamento Europeo y, supongo, le da fastidio tener que defender algo que no le gusta. Me hace acordar a los legisladores de la Ciudad de Buenos Aires que prohibieron fumar en absolutamente todos los bares y restaurantes bajo su jurisdicción, sin permitir que cada bar o restaurant pueda determinar si va a ser 'fumador' o 'no fumador' porque esos legisladores probablemente no fumen y no acepten que para alguien pueda ser un placer. Es que se sabe: matar toros es una crueldad y fumar puede matar. Así que lo importante -sobre todo- es que no se haga en público.

Porque yo me pregunto, ¿que hacemos con el toro sobreviviente al terminar la corrida? ¿Lo mandamos a su casa, para que viva con su vaca y tenga toritos? ¿Se le da plan de salud, un trabajo digno y facilidades de crédito para que se integre al mecanismo financiero de la sociedad? Pienso que se lo mandará al matadero, a morir anónimamente de un martillazo en el cráneo igual que a cientos de miles de vacas todos los días. Porque torearlo de nuevo no se puede. El principio de la corrida es que se trata del primer encuentro de un toro con un hombre de a pie. El toro aprende durante la corrida y si sigue al trapo rojo en vez de al cuerpo del diestro es por la habilidad y destreza de este, no porque le fastidien ciertos colores. Así que en una segunda corrida -después de haber reflexionado respecto de sus errores pasados- el toro mataría al torero a segundos de tenerlo frente a él en la arena y entonces habría que crear una nueva ley de protección de los toreros, que prohibiese a los toros matarles, por lo menos en el primer tercio. Así que esa no es una alternativa válida. La única que nos queda entonces es que el toro pase de la espada del torero al martillo del matarife, a que tenga una buena muerte burguesa, anodina y sin grandes sobresaltos, como todas las vacas, las cabras y las ovejas de este mundo, como la que todos los políticos desean para sus electores.

Lo estúpido de la Ministra es no darse cuenta de que la corrida de toros no es un deporte -en el sentido anglosajón del término y aunque haya una maquinaria económica aprovechándose de ese espectáculo- sino un ritual. Es una tragedia -la muerte del toro- representada mejor o peor por el toro y el torero que participan en ella, en la que hay peligro para el torero y muerte cierta para el toro. Se trata del ritual de la muerte de toro y es por eso que el toro tiene que morir. Es una tendencia de las sociedades modernas el acabar con todos sus rituales poco a poco y sería una pena que España aceptara renunciar a uno de los pocos eventos en el que aún es posible experimentar profundamente, como escribió Hemingway, "el sentimiento de la vida y de la muerte, de lo mortal y lo inmortal, en el que al final uno se siente muy triste pero muy a gusto (...) En los juegos deportivos, no es la muerte lo que nos fascina, la muerte cercana, que es preciso esquivar; sino la victoria, y es la derrota -en lugar de la muerte- lo que tratamos de evitar. Todo ello tiene un simbolismo muy lindo pero hacen falta más cojones para entregarse a un arte en el que la muerte es uno de sus ingredientes".

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