martes, diciembre 09, 2008
La gran estafa
Fui confiado al cine y tuve la primera señal de alarma -por puro prejuicio que ahora llamaré sentido común- cuando mi compañera de salida me pregunta al apagarse la luz si ya sabía que la película que estabamos por empezar a ver - "Vicky Cristina Barcelona", de Woody Allen- le había sido "encargada" por la Generalitat de Catalunya. Ya no había tiempo de hacerse la cabeza pero la encomienda no tardó en hacerse evidente con la aparición de las primeras imágenes y el estilo del relato.
No tengo demasiados escrúpulos en que un extraordinario artista como Woody Allen, que ha hecho decenas de películas interesantes y originales cuando no geniales, haya querido robarle el dinero a los catalanes -cosa harto difícil y prueba cierta de algún talento- haciendo un refinado comercial de turismo de Barcelona y una pésima película al mismo tiempo. Tampoco me sorprende que la película siendo tan mala igual sea un éxito: todos quieren ver aunque sea una vez a Scarlett y Penélope besándose y, como si fuera poco, a Javier Bardem rondándolas por ahí. No hace falta más que cada uno de nosotros en todo el mundo, estúpidos espectadores con la cabeza llena de ratones, paguemos una vez la entrada para comprobar la sorprendente falta de gracia y de sensualidad de dicho beso para que una película como esta se transforme en un éxito rotundo. Sin embargo lo que si me asombra es como a la mayoría de la gente con la que he hablado realmente le gusta la película y como ningún periodista de esos que se dicen "serios" haya denunciado a los gritos la falta de verguenza de Allen para cagarse en su público, tal vez un público fiel como pocos a un director que suele garantizar excelentes diálogos, un planteo inteligente y irreprochables actuaciones. Nada de eso se encuentra en esta oportunidad.
"Vicky Cristina Barcelona" es la peor película de Woody Allen. Parece uno de esos comerciales malos que pasan en los aviones un rato antes de aterrizar en la ciudad de destino, con un locutor que explica las bellezas de la ciudad. No estoy exagerando. Hay varias tomas de la Sagrada Familia, de La Pedrera -desde la calle y en la azotea-, de los principales puntos turísticos del Parc Guell -incluyendo una escena frente al célebre lagarto y otra con vista panorámica de la ciudad-, se menciona unas diez veces el nombre de Gaudí y el estudio de la Identidad Catalana; aparecen las Ramblas y sus animalitos en venta, las calles del Gotic, las putas del Raval, la fachada del Hotel Casa Fuster y hasta hay los corrafoscs tradicionales de las Fiestas de Grácia. Todo mechado con Scarlett y Penélope sacando fotos y bebiendo vino en bares de tapas y restaurantes mil donde Scarlett, feliz, hace mención a lo bueno que en Barcelona se pueda comer "a cualquier hora".
La belleza de las tres estrellas -más Rebecca Hall que también está fuerte- ayuda a fortalecer la sensación de estar viendo una interminable propaganda. Y la voz en off, casi que permanente explicándolo todo, transforma las escenas en viñetas ilustrativas que le ahorran a Allen el trabajo de poner en escena los conflictos de la historia que quería (¿quería? no sé si realmente quería) contar. Las escenas se resuelven y se explican en la voz en off nunca en la acción; los personajes se desdibujan y pierden foco; las actuaciones muestran lo peor de la improvisación sin dirección.
Pero el colmo es las veces que hay que escuchar en la banda sonora la obviedad de "Entre dos aguas" de Paco de Lucía -en serio, no es joda-. Me hizo pensar que si Woody Allen hubiese filmado hoy "Manhattan", en vez de abrir con "Rapshody in Blue" de Gershwin, seguramente lo haría con Frank Sinatra cantando "New York, New York".
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