lunes, junio 30, 2008
Para muestra, basta un botón.
Una de las sentencias más famosas pero menos entendidas en toda su dimensión, es que "el fin justifica los medios". Pertenece a "El Príncipe" de Niccoló Maquiavelo, una de las obras más interesantes que se hayan escrito alguna vez sobre los mecanismos del poder político y del comportamiento de quienes lo ejercen. Igual que las ideas radicales de Nietzche sobre el desarrollo de lo mejor que puede haber en un individuo -que fueron bastardeadas y utilizadas superficialmente por el nacional socialismo en Alemania para su provecho- la obra de Maquiavelo, y en particular su frase más popular, se suelen interpretar apresuradamente como una lección para profesar la falta de ética y la indiferencia moral en pos de cualquier ambición inescrupulosa. Sin embargo, si uno no se encandila por la aparente insensibilidad del texto, puede observar que Maquiavelo apenas establece una relación entre el valor del objetivo -el fin- y los caminos -los medios- que se pueden seguir para alcanzarlo. Si uno consigue ir más allá de la posibilidad de amoralidad que "El Príncipe" parece autorizar -como el Existencialismo de Sartre y Camus parecía autorizar también en el siglo XX- se podría pensar que lo que Maquiavelo apunta es que, desde un punto de vista estratégico, el objetivo es mayor que los medios para conseguirlo, lo que no es especialmente evidente para los observadores externos cuando todavía no se ha conseguido alcanzar dicho fin. En otras palabras: apenas una vez alcanzado el fin, pueden justificarse los medios que fueron utilizados para conseguirlo. Y sólo el fin los justifica a posteriori -entendiendo 'fin' como 'objetivo' pero también como final de todo un proceso.
En estos días Cristina y Néstor Kirchner han tenido un bello ejemplo para aprender esta manera de entender la famosa frase de "El Príncipe" en el caso puntual de la liberación de Ingrid Betancourt y otros quince secuestrados por las FARC, como resultado de una brillante operación de inteligencia del gobierno colombiano. Durante meses, los Kirchner se fueron de boca -junto a su colega Hugo Chávez- despreciando la actitud desapasionada y fría que el presidente colombiano Alvaro Uribe mostraba frente al caso de la mujer secuestrada desde hacia seis años. El operativo secreto de inteligencia ya se había iniciado y estaba desarrollándose con el conocimiento y apoyo de los EEUU, mientras los Kirchner y Chávez se dedicaban a aprovechar cuanta oportunidad mediática hubiera para escenificar airadamente frente al mundo su compromiso profundo con el drama, aunque dichas manifestaciones poco contribuyeran a la solución real del conflicto. Esa solución -ese fin- incluía una estrategia -los medios- que ya había sido diseñada y estaba en plena ejecución por el presidente colombiano, que era, al final de cuentas, el único que estaba en posición de poder hacerlo, y que incluía una aparente actitud de indiferencia ante el problema y de intransigencia a la posibilidad de negociar con las FARC. Es una suerte para los Kirchner que la gente tenga tan mala memoria porque de ese modo se ahorran el papelón de que se recuerde a Kirchner viajando a la selva colombiana con el canciller Taiana para ser garante de la Operación Emanuel, en la que se rescató a un niño que no estaba secuestrado (sic) o los desaires de Cristina a Uribe, cuando la locura de Chavez puso a Colombia y a Ecuador al borde de la guerra. Conseguido el fin, de repente los medios se justifican. Todo lo que parecía negro, ahora es blanco. Y aquellos que parecían protagonistas de la Historia, por su propia necedad y falta de claridad en el objetivo, al final quedaron desnudos sobre el escenario como los personajes patéticos de este drama.
Me pregunto si alguna vez en la Argentina seremos capaces de abandonar el gusto por la grandilocuencia de los gestos que impactan emocionalmente pero no conducen a ningún objetivo útil y revalorar la idea de pragmatismo en lo que se refiere a estrategias que eligen los medios a ser aplicados en función del fin que persiguen. Debemos de una vez por todas entender la frase de Maquiavelo con mayor amplitud de miras, tal como la entendió Uribe en este caso. O como la entendió la dirigencia chilena, cuando en su conjunto, sin diferencias ideológicas, no permitió que Gran Bretaña se insmiscuyera en las decisiones soberanas de Chile y pretendiera juzgar a Pinochet en Londres. Gracias a ello hoy la figura del ex-dictador no sólo no se ha trasformado en el símbolo de un mártir para la derecha chilena sino que se degrada día a día con la aparición de su verdadera mesquindad. ¿Qué vale más? ¿La vida de Julio López, único desaparecido en veinticinco años de democracia o el ejercicio virulento de la memoria que los Kirchner se empeñan en agitar junto con las heridas del pasado? Prefiero mil veces los indultos de Menem a los Comandantes en Jefe del Proceso y a los Montoneros, con los que terminó de una vez y para siempre con el problema militar en la Argentina -que seguía vivo en los Seineldín, Rico y cuadros menores- que los fantasmas y las angustias justicieras que despiertan las obsesiones del matrimonio que nos gobierna. Nada aprendimos de la experiencia española con la Transición posterior a la dictadura de Franco, nada aprendimos del daño que se produce cuando se divide a la sociedad entre pobres y ricos, entre demócratas y golpistas.
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