viernes, junio 23, 2006
Lindas mascaritas
El otro día fui a la lucha libre. En México se trata de un evento popular multitudinario y no me lo quería perder. Desde los años en que Santo, El Enmascarado de Plata, era un héroe que se creía su papel, filmaba montones de películas y era venerado en toda la nación, la lucha libre es una actividad prestigiosa entre los más pobres. Antes que nada hay que saber que los luchadores se dividen en Rudos y Técnicos. Los Rudos son los malos, los que abusan de los golpes bajos, de la crueldad, de violar los códigos del combate. Obviamente tienen muchos seguidores que los vivan y los adoran. Los Técnicos en cambio, como su nombre lo sugiere, son los más hábiles, los que dominan la técnica, los que confían en su destreza para ganar. También se los llama Científicos. Santo era Técnico. Yo me siento más de los Técnicos también. Y a pesar de que toda la lucha es una puesta en escena, donde nadie se lastima ni se golpea de verdad, la gente se apasiona con el show, grita, aulla y alienta. Tuve que comprar mi entrada a los revendedores, porque esa se trataba de una noche especial. La organización cumplía catorce años y lo festejaba con todo, celebrando el Campeonato Nacional Atómico (sic). En todo el estadio y alrededor del ring se fueron acomodando miles de personas, adultos y niños, con banderas, máscaras y camisetas de sus ídolos, al son de una música adrenalínica, para presenciar un espectáculo de varios combates, que se extiende durante seis horas. Y les aseguro que no se ve a nadie irse antes de que acabe. La lucha de fondo iba a ser entre La Parka, un luchador que en su ropa emula a La Muerte y que evidentemente tiene la simpatía de muchísimos mexicanos, contra Muerte Cibernética, otro luchador con máscara de calavera pero que pertenece a la igualmente popular Secta Cibernética. Como es obvio y ya lo hemos discutido en otro post, la muerte es un asunto que a los mexicanos los fascina especialmente. E inmediatamente antes de ese enfrentamiento iba a suceder un duelo de cabelleras: El Zorro había retado a Charly Manson (sic) y finalmente iban a enfrentarse sabiendo que el que perdiera iba a ser tuzado en público. Para ese tipo de combate se baja una jaula que impide a los luchadores salir del ring. Ahí adentro se golpean con palos, tubos fluorescentes, parten paneles de madera, se dan con sillas en la espalda. También usan una engrampadora de pistola para engramparle el cráneo al adversario o un rallador de cocina con la misma intención. Acaban los combates con las caras y los cuerpos rojos de sangre de mentira. En ese combate, que Charly acabaría ganando, sus colegas de la Secta Cibernética raparon al desvanecido Zorro y el vencedor luego repartió mechones de su cabellera entre los niños y fanáticos del público, que se amontonaban para recibirlos con entusiasmo. Como podrán apreciar, todo es muy bizarro en la lucha libre mexicana.
En los primeros combates hay luchadores enanos (llamados 'minis'). Así pude ver al trío compuesto por La Parkita, Mascarita Sagrada y Octagoncito enfrentándose a Abismo Negro y otros rudos. Y a Alebrije con Cuije, que es una dupla de luchador y luchador enano, ambos vestidos con el mismo traje y máscara púrpura con antenitas. Les aviso que los enanos siempre la pasan bastante mal. Aunque a veces tengan actuaciones brillantes (como Marcarita Sagrada) en general siempre acaban revoleados y arrojados fuera del ring como muñecos de peluche. Y el público alienta este maltrato. Personalmente confieso que ver a los pequeños sacudidos es lo que más me gusta de toda la lucha libre. Sé que no está bien, pero cuando quedan inmóviles, como muertitos, con las patitas y los bracitos colgando de las cuerdas me da una alegría que es difícil justificar.
Luego vinieron los luchadores gays: Cassandro y Pimpinela Escarlata, que tiene bordado en la espalda “Miauuuuu”. Ambos usan mucho maquillaje y seda vaporosa, y con sus movimientos sugestivos provocan la ira del público. Cuando lucharon entre ellos tuvieron tiempo para mechar pequeñas coreografías afeminadas entre llaves y patadas voladoras, pero al final terminaron recibiendo una paliza de los otros combatientes. Se ve que el ser maricón en la lucha libre tiene vuelo corto.
“Si no fuera por una persona que es Dios (sic), no tuviéramos (sic) catorce años aquí” dijo emocionado el gerente de las luchas, en medio del ring antes de apagar las velitas en la torta, rodeado de todos sus luchadores. Algunos debían tener más de cincuenta años. Estaba El Brazo, que así se llama por tener el brazo siempre metalizado, aunque por su estado físico bien podría llamarse La Panza; estaba el Mocho Cota, con el pelo teñido para disfrazar las canas, y en su mano derecha ausentes los dedos mayor y anular, además de las otras falanges ligeramente rebanadas; estaban los luchadores ‘sexys’, como Intocable, que parece el cantante del grupo Sombras y cada vez que puede hace movimientos pélvicos para enardecer a sus admiradoras adolescentes, que fanatizadas y con las hormonas en ebullición, agitan pancartas, saltan y se desesperan vestidas como él, con sombrero vaquero y un bordado que dice ‘intocable’ en la cola.
En las luchas también hay dinastías. Así hoy en día está el Hijo de Santo, el Hijo de Perro Aguayo tanto como los luchadores enanos que usan los diminutivos de sus respectivos disfraces. En el evento de la otra noche, por ejemplo, fue presentado por primera vez el Nieto de Santo, con máscarita de plata y no más de once años. También hay dinastías de referís, como un padre e hijo que se abrazaron ensangrentados después de que el hijo se metió en una lucha y la ligó, aunque el padre haya acudido en su auxilio. Como era el día del padre aprovecharon y se mandaron un discurso melodramático como bien corrresponde a este pueblo tan intenso en todas sus manifestaciones expresivas.
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