El D.F., el Distrito Federal de México es un monstruo, una bestia urbana. Una ciudad de más de veinte millones de habitantes y seis millones de coches que la transforman en la más polucionada del planeta. Se yergue en el mismo sitio en el que estaba Tenochtitlán, antigua capital del Imperio Azteca, que era entonces una laguna o un pantano, dependiendo de las simpatías indigenistas que tenga el cronista para describirla. Allí la construyeron no porque fuese el mejor sitio sino porque, según el mito de la migración original azteca desde el norte, su Dios les dijo que debían hacerlo en el preciso lugar en el cual encontrasen un águila devorándose a una serpiente. Y cuando los españoles decidieron acabar con los aztecas, lo único que hicieron fue cerrar las tres vías de agua que daban vida a la ciudad y los aztecas murieron de sed, sitiados con las enfermedades que los mismos españoles habían traído a América. Desde entonces el agua desapareció varios metros por debajo de esta ciudad que no deja de hundirse pero la contaminación original de las napas sigue, casi como un recordatorio de aquella derrota esencial. Y no deja de ser sorprendente que en la espiral cíclica de la historia, todas las mañanas y las tardes la inmensa marea de automóviles que ingresan al valle de México por esas mismas únicas vías de acceso, ahora devenidas infinitas autopistas, traen la contaminación ambiental y el caos que lentamente terminará acabándola también.
En México todo es inmenso. La autopista que se construyó para que rodeara la ciudad fue llamada con lógica “el Periférico”. Sólo que la ciudad se lo ha devorado y ahora el Periférico es en realidad la ruta que atraviesa el D.F. Y una de las arterias principales, la avenida Insurgentes, de Norte a Sur tiene… ¡cincuenta y cinco kilómetros de largo! En una ciudad que se desborda infinitamente hace tiempo que a sus habitantes se les acabaron los nombres de próceres y batallas célebres para nombrar las calles. Así, una de las guías más completas del D.F. hace constar que existen más de cien llamadas Benito Juárez, más de doscientas con el nombre de Venustiano Carranza y cerca de trescientas Lázaro Cárdenas. Y la saturación dió lugar a los nombres surrealistas. La gente vive en calles llamadas Corazón y Alma, Oscuridad y Mañana; Bosque de Luz, Espejo de Agua, Jardín de Memorias; Buena Suerte se cruza con Esperanza, Trabajo es larga, Amor y Felicidad son cortas. Hay homenajes a todo tipo de entidades, disciplinas e instituciones: calles llamadas Análisis Estructural, Cardiología, Biógrafos, Cultura Griega, Cinema Mundial, Alta Tensión, Acción Social, Tratado de Libre Comercio. Y siguen las gastronómicas, las de los escritores, científicos y músicos: calles Calamar, Camarones y Atún; Tolstoi, Dante, Dickens y Moliére; Wagner, Beethoven, Verdi; Frijol, Darwin, Arroz, Bach, Cilantro y Homero. Y como corolario están los impronunciables nombres en náhuatl, el idioma de los aztecas: Panquetzaliztli, Cetláltepetl, Ixlememelixtle.
domingo, junio 18, 2006
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