jueves, junio 01, 2006

Infancia cruel

Hoy me fui a cortar el pelo y mientras los mechones iban depositándose a los pies del sillón del peluquero, de repente me acordé a lo Proust de cuando era niño y me llevaban a la peluquería infantil que quedaba a media cuadra de mi casa. Lo que me acordé en realidad era que hubo un día en el que no me llevaron más. Creo que fue a partir de que fui plenamente consciente de todos los trucos bajos a los que recurría el peluquero para que te estuvieras quieto y lo dejaras torturarte en paz. El más indignante era que en vez de sillones tenían un caballito y un autito para que te sentaras feliz y confiado, creyendo que ibas a jugar, y que antes de darte cuenta de tu ingenuidad, tuvieras al torturador de turno sujetándote la cabeza, ordenándote quedarte inmóvil para arrancarte los pelos con cuanto instrumento cortante se hubiera inventado en los últimos veinte siglos y regándote de pelitos para que te picara el cuerpo el resto del día. Sin embargo conmigo no duró mucho la farsa. Muy pronto me di cuenta que sólo se podía disfrutar del caballito de la calesita y de los autitos del Italpark, y que el resto era cartón pintado.

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