viernes, enero 19, 2007
Camino al Cielo.
Hace diecinueve años que trabajo en cine publicitario. Desde entonces he participado en más de quinientos comerciales en varios países y cuatro continentes. Nunca -hasta esta semana- había permitido que una filmación saliera de su hábitat natural -que vendría a ser cualquier lugar del planeta fuera del oasis de tranquilidad que debe ser el hogar- y penetrara las puertas de mi propia casa.
Ya he rechazado jugosas ofertas de dinero y pedidos melodramáticos casi de rodillas. Nunca consiguieron ablandarme ni corazón ni bolsillo. Pero esta vez no sabría decir que me pasó para aceptar e inclusive apoyar el proyecto. Tal vez sucedió que la directora es una chica que me cae bien y que el guión del corto que tenía que hacer como tesis de graduación para la carrera de cineasta en la Universidad de Sao Paulo me parecía excelente. O tal vez fue que al principio sólo querían filmar en las escaleras del edificio donde vivo, y yo sabía -porque hace veinte años tuve el mismo problema, devenido trauma- que no es sencillo conseguir el permiso de un consorcio si no se tiene el apoyo de uno de los inquilinos. En el fondo fue un poco de cada cosa. El asunto es que les ofrecí mi casa como base para cuatro días de filmación y al final también me pidieron el lavadero para filmar una escena. Se suponía que yo no iba a estar acá estos días pero todo cambia, y cómo dicen los ahorristas defraudados del 2001, "no hay garantía de nada". Y no sólo estuve yo sino que también vinieron de visita mi madre y mi hermana -de Rosario y Los Angeles respectivamente- y mi casa pasó de ser un sitio semi desértico a transformarse en una recreación del centro de Calcuta en un día laborable.
Lo más gracioso es que estar en una filmación para mí es una situación habitual. Lo raro es que estuviera tan próxima. Como antecedentes más cercanos sólo tenía una filmación que se hizo en un boliche a media cuadra de mi casa y otra que se hizo dos semanas antes de ocupar el departamento que acababa de alquilar. Pero nunca me había pasado levantarme a la mañana, lavarme la cara, ir a la cocina y en el momento de abrir la puerta encontrarme a unos veinte técnicos y actores andando entre faroles, maquinaria y elementos de escenografía. Yo los saludaba y para no interferir en sus respectivos trabajos, me preparaba el desayuno como si fuera una mañana cualquiera en mi casa, corriendo un trípode para abrir la heladera, esquivando el carro de sonido directo para llegar a la juguera, enchufando la cafetera en la misma toma de corriente que el video assist.
Parecía un cuadro surrealista: yo hacia de cuenta de que no estaban allí y ellos sólo se concentraban en la cocina, el lavadero y la escalera. Atravesaba una puerta vaivén y estaba en la tranquilidad de mi casa, casi silenciosa. Iba al área de servicio y estaba en el infierno del rodaje. A todos les sorprendía que no me desesperara al ver en mi casa tamaño desbarajuste de todo, que sólo tiene parangón -para quien no conoce- con una mudanza o una obra de reformas.
Hoy le conté a ella por teléfono mi satisfacción. Terminaron el cuarto día, dejaron todo perfecto y me agradecieron de mil maneras posibles. No podían creer mi paciencia infinita y mi buena onda.
- Creo que me gané el Paraíso -le dije.
- A mi no me engañas -contestó ella-. Esos pobres chicos ni se imaginan como los vas a hacer trabajar gratis en tus películas.
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5 comentarios:
El problema será cuando las demás tambien querramos filmar en tu casa. ¿Que vas a contestar cuando te pregunten: -¿Y ella, por qué si?-?
que chica sabia, eh? cuidate que te tiene junado, bola ocho...
Diré simplemente que no. En mi casa, algunas filman; otras hacen cosas más emocionantes que lo que se ve en las películas.
depende de la pelicula tambien...
Correct...
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