domingo, enero 21, 2007

Nada se pierde, todo es Historia.



Estuve en La Cumbre, provincia de Córdoba, para pasar fin de año. En esas sierras nunca falta el alcohol o la droga, pero el viaje lisérgico que despidió al 2006 está vez tuvo su hito en una experiencia libre de substancias anti-reglamentarias. En una tarde de visita a San Marcos Sierra, un amigo me dijo:
- ¿Querés conocer el Museo Hippie?
Por supuesto que dije que sí y ahi me enteré que ese era el primer -y único- museo hippie del mundo. Su curador y propietario, bien conocido como 'el Peluca', lo inaguró hace cinco años y por cinco pesos -tal vez un número cabalístico para el Flower Power- te ofrece una visita guiada, en castellano o inglés, más una conferencia sobre el origen del hippismo, la etimología de la palabra hippie, el simbolismo del signo de la paz. Todo conjugado en la primera persona del plural. Lo llamativo es que mi amigo lo conoce hace años y me aclaró:
- Nunca fue hippie. Cuando lo conocí era bombero.
En el momento en que llegamos al rancho donde funciona la institución, el Peluca estaba en medio de una exposición a un grupo de cordobeses de la capital. Con el ruido que armaron los perros y sus hijos, el Peluca paró la visita para saludarnos. Los pibes estaban mugrientos y los perros sarnosos, pero nadie parecía molesto con la situación y se los veía incluso felices. El Peluca nos pidió permiso para terminar con sus visitantes y su esposa nos ofreció unos mates. La conferencia del Peluca era recitada de memoria como si fuera una audio-guía en vivo y encontraba raíces del hippismo en Diógenes y Jesus de Nazareth, pasando por los indios matacos y comechingones, los trovadores y Robin Hood, hasta llegar a Gurdieff y Oupenking (sic). Uno de los cordobeses que lo escuchaba en short y hojotas sin dejar de chupar una bombilla se entusiasmó cuando el Peluca hizo una pausa en su recitado para preguntar si quedaba alguna duda, antes de seguir avanzando.
- Entonces el concepto sería...-arrancó el cordobés, hamacando las palabras con su acento característico, pero se detuvo para pensar-.
- Si -dijo el Peluca, impaciente quizás- Lo que dije al principio.
Pero el cordobés, imperturbable, siguió con su hilo de pensamiento.
- Sería... que no hay que joder al de al lado, ¿o no?
- Si, sí -dijo el Peluca- Una cosa así, más o menos. Sigamos.
El Peluca entonces se dedicó a hacer un análisis del cambio que hubo en el Cristianismo de la época de Cristo hasta la instauración de la Iglesia como poder político. Sentado en un escalón de la sala de la colección -como se puede apreciar en la foto- repetía casi sin parar para respirar:
- La estructura original del Cristianismo se altera a partir del año trescientos cuando el emperador Constantino hace que su religión de Estado sea... ¡rajá de acá Pimienta!-. Es que la perra se había metido donde no era bienvenida y eso lo forzó a perder su concentración. Evidentemente le molestaba que el animal entrase a su museo, porque es muy cuidadoso de las piezas en exhibición. Cuando entrábamos nosotros me vió la camarita y dijo:
- Lo que te pido es que adentro, fotos con flash no.
Es que el Peluca piensa en su museo de acá a doscientos años y la preservación es esencial para la buena subsistencia del negocio. La obra que el propio Peluca impulsa para darle grandiosidad a su emprendimiento cultural, es una ambiciosa instalación llamada la Muralla de la Paz: se trata de una pared construida con botellas, en las que cada visitante del museo introduce un mensaje-deseo que se conserva para la posteridad. "Hay que escribir y doblar el papel hacia adentro -pide expresamente el artista- para que la luz del sol no haga desaparecer los buenos deseos". Tanto la botella -vacía, por supuesto- como el corcho y el papel madera en el que se escriben los deseos, están incluídos en el precio de la entrada. Cuando nos íbamos nos mostró las artesanías hippies que el mismo hace y vende. Ceniceros, pipas y tuqueras; autitos de madera, bombillas y porta lapices de caña. Mi preferido era un matamoscas hecho con un pedazo de goma negra que tenía escrito "¡PAF!" con agujeritos. La experiencia fue inolvidable. No me extrañaría nada que en los próximos años tengamos la noticia del Peluca -y de su Museo Hippie- acreditándose algún jugoso subsidio cultural.

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