martes, abril 03, 2007

Mucho más que 300


Sé que para algunos es un pecado escribir posts muy largos y este es interminable.
Sé que para muchos, el blog sólo debiera ser un espacio para reflexiones banales, textos literarios de efecto o crónicas graciosas. Acá me zarpé. Me agarró la indignación política, último resabio de algo que se parece a cierta militancia ideológica, y me fui al carajo. Pueden parar de leer en este instante y mantener sus convicciones. O seguir y evaluarme, con cariño.

Ayer fui al cine a ver “300”, el estreno con bombos y platillos de la semana, una película llena de acción y emoción destinada a ser un éxito de público. Basada en una novela gráfica de Frank Miller, la propuesta estética de los realizadores elije mantenerse firme en el camino que la une con esa raíz. Trabajada con efectos visuales de principio a fin, “300” es una película para que aquellos que son sensibles a la plástica se detengan a opinar sobre el tratamiento del color, la textura de la imagen y su novedad cinética.

Pero yo pienso primero en el argumento y entonces ya no consigo pensar en otra cosa. Porque si bien no es ninguna novedad, todavía me dan escalofríos cuando escucho como nos quieren contar algunas historias.

En el contexto de las Guerras Médicas, “300” cuenta la historia de la batalla de las Termópilas, en la que Leonidas I, rey de Esparta, enfrentó la invasión persa del rey Xerxes, acompañado solamente por trescientos soldados de su Guardia Personal, porque el resto del ejército espartano no podía ser movilizado en virtud de una fiesta religiosa sagrada y de que el oráculo había profetizado que había “que sacrificar a un rey o a toda Esparta”. Basada en una estrategia que aprovechaba las ventajas del terreno y relativizaba la superioridad numérica de los persas, la defensa suicida de las Térmopilas fue esencial para demorar el avance del ejército persa -compuesto por un millón de hombres- del tal modo que las pólis griegas pudiesen organizarse y repeler la invasión con éxito, tal como sucedió. El rey Leónidas I y sus trescientos hombres pasaron entonces a la historia como héroes en la guerra que enfrentó a Oriente y Occidente por primera vez.

No puede decirse que “300” falte a la verdad histórica tanto como películas como “Troya” ni que hacer eso por cuestiones dramáticas sea un pecado que no deba cometerse jamás. Pero lo importante es percibir la intención que hay detrás de cada modificación argumental porque siempre es, mal que les pese a los que quieren ver cine ‘sin mensaje’, una decisión ética. Después de analizar la intención que pudiera haber en ciertos detalles de la adaptación de la obra de Frank Miller, me atrevo a sugerir que “300” es de las películas políticamente más propagandísticas que el cine americano ha producido en los últimos años.

En EEUU el cine es considerado una industria y no un arte. Eso que para algunos sólo quiere decir que en EEUU lo que importa es que el cine sea lucrativo como la fabricación de automóviles o computadoras, en realidad es un concepto mucho más amplio. La industria del cine es la segunda fuente de ingreso de la mayor potencia del planeta (sólo superada, llamativamente, por la de fabricación de armamento) y cómo tal tiene un lugar de privilegio en las conversaciones que el gobierno norteamericano, como cualquier gobierno, tiene con sus industriales para delinear el rumbo de la economía. El problema es que el cine puede no ser un arte pero siempre es comunicación. Por eso los industriales que hacen cine lidian con problemas extras que aquellos que fabrican combustibles, acero o alimentos. Hace mucho tiempo que quien quiere enterarse sabe que el gobierno norteamericano se interesa por la temática que los grandes productores de Hollywood piensan abordar en las producciones de cada año y que suscriben acuerdos para determinar el tono de ciertas películas que tratan aquellos temas que son considerados de interés nacional y el alcance de su apoyo. Los productores de Hollywood, igual de poderosos que los magnates del petróleo, los productores agropecuarios o los fabricantes de automóviles, también tienen enlaces con el poder y posiciones ideológicas que defienden de acuerdo a su conveniencia.

Todos los otros países del mundo que tienen cine lo tratan como parte de su política cultural. Para fomentarlo suelen promoverse distintos tipos de créditos especiales, subsidios y excepciones fiscales si las películas comunican y muestran valores de interés cultural para la nación. Esa definición de ‘interés cultural’ varia entre ser cualquier película simplemente hablada en el idioma nacional, que muestre algo del patrimonio territorial o que trate temas sociohistóricos propios a películas sintonizadas políticamente con la administración de turno. Porque el cine en tanto medio de comunicación, también puede ser una poderosa herramienta de propaganda.

En poco más de cien años de vida que tiene el cine, esta última característica nunca fue tan burda y evidente en su vocación manipuladora que durante la existencia de la Unión Soviética y el realismo socialista. Pero yo diría también que nunca estuvo más disimulada que en el cine norteamericano desde entonces y hasta la fecha. Todo el torpe rigor que la política cultural soviética exhibió para que su cine reflejase descaradamente las supuestas bondades de su sistema, en el caso de los EEUU se disfraza de liviandad para declarar que todo cine es entretenimiento y nada más mientras se baja línea y se educa a todo un mundo. Bajo ese engaño, EEUU pareciera ser el único país del mundo que no tiene política particular de ‘interés cultural’ para su cine porque el cine americano es una industria de éxito, su iconografía es tan potente que todo lo impregna, y nadie en su sano juicio supone que deba buscarse otro interés en una industria de base como no sea económico. No hay ningún país del mundo que goze de este privilegio –tal vez la India sea el que más se aproxime, pero dada su singularidad cultural no alcanza la tremenda proyección internacional del cine americano-. Esta supuesta ausencia o desinterés es rápidamente aceptado por todos porque interpretamos que el ‘interés cultural’ de una nación por su cine es apenas una manera artificial de sostenerlo económicamente al no ser capaz de sostenerse por si solo como industria.

Pero los norteamericanos son los más hábiles comunicadores del planeta y en parte por eso son la potencia número uno, los que dictan las reglas del juego del resto. La Alemania hitlerian sentó las bases –de la mano de talentos como Albert Speer y Leni Riefehnstahl-, tuvo su momento de gloria y al final de los años ’30 toda Europa estuvo a sus pies. La administración castrista de Cuba ha sido capaz de semejante proeza mediática también y a pesar de ser la dictadura más antigua que queda y de sus estruendosos actos de abuso de poder, sigue gozando del fervor de los jóvenes y de los idealistas del mundo como si todavía fuera un ejemplo de dignidad y heroismo.

Desde la Segunda Guerra Mundial, cada vez que aparece en una película como actor político, los EEUU han tratado de colocarse en el papel que cumplieron en la derrota de los nazis y los japoneses, porque sin duda es el que mejor les queda. Con su protagonismo en aquel entonces liberaron a todos los países europeos ocupados por el Reich y vencieron a los japoneses que los provocaron innecesariamente al atacar la base de Pearl Harbor con cobardía. Generoso y justiciero; no debe haber nada más noble para decir de un ejército. La URSS contribuyó al éxito de este programa comunicacional haciendo tristes republiquetas de los paises europeos que quedaron bajo la Cortina de Hierro mientras Europa occidental se reconstruía libre con el apoyo de los EEUU y el Plan Marshall. Hasta el horror de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, que entonces quedó descripto como el drama ‘necesario’ para terminar la guerra, quedó eclipsado por el brillo de tanta nobleza.

Pero después de la guerra de Vietnam, y ante el error comunicacional de haber dejado que las imágenes de aquel infierno absurdo se distribuyesen por el mundo libremente, el cine americano tuvo la obligación de purgar esa cuenta. Las películas sobre la guerra de Vietnam –ya terminada, atención- mostraban los errores cometidos, los excesos individuales, el dolor de toda conflicto bélico. Cuidadosamente, los americanos centraron el conflicto en las causas confusas para los soldados y en la angustia de estar sufriendo lejos de casa, y evitaron mostrar al ejército vietnamita como expresión de un pueblo que se defendía en su propio territorio de un agresor externo. El enemigo no tenía cara, se escondía entre las palmeras. El conflicto era humano, individual, nunca político o social.

Esa guerra tiene fuertes resonancias y paralelos con la actual guerra en Irak. Pero todavía no hay manera de hablar de la guerra de Irak. No sólo porque es la política la que está en el foco de las miradas. También las heridas están abiertas, y no sólo siguen sangrando profusamente como se abren nuevas heridas todos los días. Sin embargo, ni el gobierno norteamericano ni los productores de Hollywood pueden permitirse perder las posibilidades comunicacionales que les da el cine, tanto internamente como en el escenario mundial. Es una cuestión de estado, tal como lo fue en 1941 que financiaran a Orson Welles un viaje a Brasil para que hiciera dos películas –no políticas- con la intención de promover el acercamiento norteamericano a una región donde se corría riesgo de que los principales gobernantes –Getúlio Vargas y Juan D. Perón- intervinieran en la guerra, por sus simpatías a favor de los nazis. A la luz de la guerra de Vietnam y lo que el cine mostró de ella, ¿cómo pretender hacer una película sobre Irak obviando abordar los mismos horrores, la misma falta de sentido? Pero la frustrante guerra de Irak no ha terminado aún y no se puede desmoralizar al pueblo de esa manera. Así que me atrevo a decir que tal vez hayan descubierto que no hay nada mejor en términos propagandísticos para los tiempos que corren que usar metáforas. Apelar, por ejemplo, a la Historia Antigua para adoctrinar –sin que se note- sobre la historia contemporánea y la lectura que se quiere que el gran público hagamos de ella. En “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, se dice que la educación subliminal sólo da resultados positivos cuando se inducen conceptos simples y directos, y nunca funciona cuando se trata de trasmitir saber o información que pueda ser aprovechada en un análisis posterior.

Así que la historia que cuenta la película “300” dice que el rey espartano Leónidas I, viendo el peligro inminente de la invasión de los persas –casualmente ancestros de los iraníes contemporáneos- presenta su plan de defensa ante el Consejo –una especie de congreso espartano- que lo rechaza en virtud de que está en contra de la Ley. Esa Ley –representada por el Oráculo y las fiestas sagradas- en la película se revela como corrupta, parte de un plan entre traidores y persas destinado a dejar Esparta a merced del invasor. Sin embargo, en una decisión personal altamente cuestionable, el heroico rey Leonidas I resuelve desafiar la Ley –corrupta pero que nadie puede desafiar- y marchar con un ejército selecto de trescientos hombres de su Guardia Personal para intentar una defensa imposible –pero necesaria- del paso de las Termópilas, con la intención de ganar tiempo, dar ejemplo de valor y así poder aspirar a que los vientos soplen a favor para la conformación de un gran ejército griego unido –equivalente de todo el mundo occidental de aquel tiempo- capaz de vencer a los salvajes persas venidos de Asia.

No puedo imaginarme un argumento de película que pueda hacer más feliz a George W. Bush en este momento. Estoy seguro de que se siente identificado con el rey Leónidas I. Después de todo él tambien comanda un ejército en una lucha aparentemente absurda pero que tiene un sentido. Si recibiera más apoyo del que le dan, tal vez podría ganar la batalla y no perderla como le está sucediendo. Es verdad que la gran diferencia es que Leónidas defiende su país y que el invasor es el otro, pero como las Termópilas no quedan en el corazón de Esparta, eso en la película se disimula bien cuando se escucha que los hombres ‘están dando su vida lejos de casa’. También debe gustarle que en la película las palabras que más se repiten son ‘libertad’ y ‘libre’, igual que en sus mensajes televisivos al pueblo norteamericano al comienzo de la guerra de Irak. Los espartanos son un pueblo libre y los persas un ejército de esclavos. Los espartanos son duros y pueden parecer a veces insensibles pero los persas son unos salvajes. El rey Xerxes ofrece a Leonidas que se rinda, que cambie “libertad” por “supervivencia” pero eso es inaceptable. Los espartanos nunca se han sometido a nadie. Son famosos porque no retroceden ante el peligro o la muerte cierta –como Bush no querría que su ejército lo hiciera en Irak ni lo hará él mismo frente al terrorismo o la amenaza iraní porque sería cambiar 'supervivencia' o mejor calidad de vida para el caso por 'libertad'-. Los espartanos están orgullosos de su determinación aunque eso les parezca una locura a los otros pueblos griegos que los acompañan. Pero es solamente la cobardía la que les hace ver como locura lo que es coraje.

Otra cosa que me espantó ver en “300” es como el cine es cada vez más violento y más crudo en su ética de la vida y de la muerte. En las imágenes de los enfrentamientos la sangre, los cuerpos, las vidas son dispensadas en tales cantidades que llega un momento en que nada vale nada, todo da igual, es un fresco de pura orgía violenta. Y en una escena de alto contenido emocional, en la que un padre después de ver morir a su hijo, se lamenta amargamente frente al rey –no de su muerte sino de no haberle dicho nunca lo bien que luchaba- Leónidas le dice que su corazón se parte al medio al escuchar su sufrimiento. Pero el padre contesta con orgullo que “su corazón no se parte porque él ya llenó su corazón de odio”.

En una época muy antigua, el teatro griego se transformó en una institución tan refinada en la nobleza de su intención comunicacional que sólo puede compararse en sus beneficios para la sociedad con lo que hasta la actualidad son el derecho romano y la aritmética árabe. Por su propia naturaleza, la tragedia griega tenía como objetivo revelar un proceso de degeneramiento de las pasiones humanas que sirviera para provocar una catarsis y de ese modo purgar simbólicamente esa misma pasión del corazón de los espectadores. Igual que en esta era de gusto por la crueldad y manipulación, las Guerras Médicas fueron parte de los temas que aprovecharon los dramaturgos griegos para desarrollar los asuntos que les interesaban. Afortunadamente, esos temas eran más profundos e interesantes que los elegidos por los productores de Hollywood. En “Los persas” (472 a.C.), por ejemplo, Esquilo también cuenta el avance de Xerxes y su derrota pero para poder mostrar como su hibris fue su condena.

La Hibris es el sentimiento humano de desmesura, orgullo o confianza exagerada en uno mismo. En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado.

Creo que a Bush no le hubiese gustado tanto esta película. Como dijo Eurípides: “Aquel a quien los Dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.

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