Nos encontramos los tres en un lugar ideal para almorzar un sábado soleado a media tarde. El steak tartare es insuperable y el paisaje siempre depara sorpresas. Una chica interesante en la mesa de al lado se hace mimos con lo que parece ser su novio sin merecerlo. Estevan -si con 'v', no es un error, es brasilero- la ve primero; o tal vez haya sido yo.
- Podría enamorarme de ella –dice casi para si mismo.
- ¿Para tanto? –se sorprende Heitor. Y entonces Estevan, que parece una estrella de rock, estilo Brad Pitt después del bajón de heroína, explica su teoría de las barreras.
- Decir “podría enamorarme de ella” es apenas el lanzamiento hacia adelante de mi proyección. A partir de ahí empieza la carrera de obstáculos. Y hay que saltar todas las barreras.
- ¿Cuáles son las barreras? –pregunto.
- La primera es la barrera de la mirada. Nos miramos, nos estudiamos, vemos si nos gusta lo que pasa al vernos mutuamente. Si se pasa una barrera, se avanza al siguiente casillero. La meta es el amor. ¿Me siguen?
- A esa podríamos llamarla también la barrera sensorial externa, ¿verdad?
- Perfectamente.
- ¿Cuál seria la segunda barrera? –pregunta Heitor más interesado. Estevan es como un filósofo de la posmodernidad y del desasosiego, pero creemos que sabe de mujeres. Después de todo también es una Celebridad del Mal.
- La segunda barrera es la cultural -nos instruye- y en verdad son varias barreras. Puede que haya algo en su cultura que te repugne profundamente y que haga imposible el avance al siguiente casillero. Pero si las barreras culturales no te detienen, ya es muy posible que se llegue lejos.
- Hasta “podría enamorarme de ella”… ¿no?
- Exacto –dice Estevan- Toda conquista empieza con mil puntos a favor. Uno está lleno de entusiasmo, tiene sed de triunfo.
- Lo que no quita –me atajo yo- que no puedan perderse ochocientos puntos en un segundo porque en el primer contacto la chica hace un gesto que no habíamos visto antes o dice algo que la catapulta lejos del camino del ideal.
- O que pase –dice Estevan con aire de misterio- lo que raramente ocurre: que la mujer demuestre estar por encima de esos mil puntos esperanzadores con los que empieza toda carrera y haga reventar los relojes que miden su puntuación desafiando las leyes de la física.
- ¿Y que pasa cuándo se pierden todos los puntos? –pregunta Heitor.
- Cuando se pierden los últimos puntos se acabó todo –dice Estevan-. Ya me ha pasado despertarme a la mañana y mirar a mi lado a la preciosísima chica con la que me fui a dormir la noche anterior y ver de repente algo que no había visto –una mancha de la piel, unos pliegues groseros, un hueso medio deforme- algo que hiere mi sensibilidad estética y que me hace querer salir corriendo para no volverla a ver nunca más.
- Eso es porque se te acaba la proyección –digo yo- tal como se acaba el rollo de película en el proyector y desaparecen las escenas coloridas y felices. Durante unos segundos finales la luz en la pantalla es blanca, intensa y desconcertante. Después todo se vuelve oscuro.
- No –contesta Estevan-. La metáfora para mi es otra: la proyección no se acaba; sigue dentro de mi cabeza. Lo que falla es la pantalla; como si se rasgara.
- ¿Y que pasa cuando uno es la pantalla y no el proyector? –nos larga Heitor sin mayores preámbulos-.
- ¡Ah! –dice Estevan con una sonrisa-. En ese caso se trata de mantenerse blanco e impoluto todo el tiempo que se pueda.
domingo, noviembre 12, 2006
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4 comentarios:
las historias con heitor y sus teorías ya me divertían. ahora acabo de sumar a estevan con ¨v¨al elenco!
Me alegro, Charlotte. Usted es parte de lo que yo llamaría mi target, una de mis lectoras 'ideales' y me pone feliz que se divierta.
Tampo tengo dudas que se la pasaría zambomba con nostros tres en cualquier mesa de restaurant paulista y que mis célebres colegas del mal apreciarían su genio como a un par.
Quien sabe, tal vez un día...
Maybe someday, no?
pero lo de "un par" es bueno?
A esta altura, Charlotte, ya no queda nada bueno.
Sólo el Vascolet.
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