En el final del almuerzo leí:
"A veces se abandona la escritura porque uno simplemente cae en un estado de locura del que ya no se recupera nunca. El caso más paradigmático es el de Hölderlin (...) Pasó los veintiocho últimos años de su vida encerrado en los manicomios de Waldau y Herisau, dedicado a una frenética actividad de letra microscópica, ficticios e indescifrables galimatías en unos minúsculos trozos de papel".
Salí del restaurant y al cruzar la plaza para ir a mi casa lo ví. Estaba sentado en un banco bajo los árboles y lo primero que me llamó la atención es que nunca había visto a un mendigo de raza japonesa. Parecía un pobre campesino salido de una película nipona ambientada en el siglo XIX. Llevaba ropa gris y raída, la barba blanca y larga. A su lado había una enorme bolsa de basura, redonda de tan llena que estaba de cosas que no se distinguían bien que eran.
El anciano ni siquiera notó mi presencia. Estaba absorto en algo que escribía en una libretita apoyada en su mano, sobre las piernas. Al pasar a su lado miré de reojo lo que hacia. No pude leer nada pero me sorprendió que escribiera con tinta muy negra minúsculas líneas de texto, aparentemente continuas y uniformes de tan pequeñas las letras.
Durante un instante me paré y lo miré. Pero no tuve coraje de interrumpirlo.
viernes, noviembre 10, 2006
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