domingo, noviembre 19, 2006
La calma que precede a la tempestad
En Sao Paulo lo primero que se aprende es que el tiempo cambia. En un mismo día uno puede sentir frío y después calor, tomar sol al mediodía y caminar bajo la garúa antes del anochecer. Los paulistas no usan bermudas -a no ser que sepan que van a volver a casa en un máximo de tres horas- y lo más importante: siempre, pero siempre, cierran todas las ventanas antes de salir.
Ya el otro día, en que salí con bermudas de mañana, tendría que haber sospechado que algo estaba empezando a ir mal. "¡Hoy si que estás vestido de gringo!" me dijo Heitor a las carcajadas. Claro, él no usa pantalón corto ni para meterse a la pileta. Pero cuando empezó a refrescar, yo ya estaba de nuevo en mis dominios.
Hoy salí de mañana y hacían 31º así que dejé todas las ventanas abiertas. Cuando volví creí que mi casa estaba en condiciones de ser la próxima sede para un campeonato de water polo. Los libros empapados, la computadora perlada como una botella de Coca de comercial, tazas quebradas en el piso, hojas flotando sobre el parquet. Tuve que sacar el edredón y las sábanas de la cama: de los dos metros por dos que tiene, el 80% estaba cubierto de agua como Venecia. En vez de secar la mesa con un trapo, agarré el secador y tal como hubiese hecho un croupier, arrastré el agua hasta el piso mientras decía "¡No va máaaas!".
Bueno: tendré que aprender para la próxima vez. O acostumbrarme a que siempre que llovió, paró. Y que después hay que secar.
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